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9 de Enero de 1959

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ANIVERSARIO CATASTRÓFE

La noche más larga y triste de Ribadelago


" El 9 de enero se cumple 50 años de la rotura de la presa de Vega de Tera"

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A pesar de que en pocos días se cumplirán nada menos que 50 años de la catástrofe de Ribadelago (Zamora), el recuerdo de esa noche está todavía muy vivo entre los pocos más de 70 vecinos de la localidad, algunos de ellos supervivientes del desastre. Fue en la madrugada del 9 de enero de 1959 cuando, pasadas las doce de la noche, la presa de Vega de Tera, perteneciente a un complejo hidroeléctrico, se rompía para lanzar sus cerca de ocho millones de metros cúbicos sobre el cañón del río Tera, arrasando a su paso la localidad de Ribadelago.
"Fue la noche más amarga de mi vida", recuerda una de las supervivientes, Josefa Fernández, quien por esa época contaba con 23 años. Es la frase más repetida entre los que se pudieron salvar de la catástrofe, la mayoría gracias a su rapidez para subir hasta el campanario de la iglesia, a los tejados de las casas, las rocas o los árboles del pueblo, porque la riada llegó casi sin avisar y en plena noche, gélida como es habitual en la comarca sanabresa por esas fechas de enero, cuando muchos estaban ya durmiendo.
Esta circunstancia hizo que el agua se llevara la vida de 144 personas, de las que sólo se pudieron rescatar 28 cadáveres, un apunte más para ahondar en el dolor de aquella noche.
Fueron cinco minutos eternos el tiempo que tardó el puente de hierro en desatascarse, porque la arboleda lo había taponado

Muchos aseguraron desde el principio que esa presa, la de Vega de Tera, estaba mal construida desde el principio. De esta opinión es Antonio Parro, quien trabajaba en esta instalación como electricista. "La obra estaba mal hecha desde el principio. Las capas de hormigón no pegaban bien unas con otras y eso lo sabían todos los que trabajaban allí. Se hicieron muchas trampas hasta que se terminó la obra y, claro, al final tuvo que reventar, en cuanto se llenó de agua la primera vez", denuncia este vecino, que, como el resto, perdió muchos familiares aquella fatídica noche.
El actual alcalde del pueblo, Alfredo Puente, es también uno de los supervivientes. Reconoce que "recordar es un poco duro" y se emociona al rememorar aquel día, cuando se encontraba en casa de su futura mujer, con su cuñada y el abuelo de ambas. "Oímos ruido y salimos a la calle, pensando que era un viento muy fuerte, pero los árboles no se movían. En seguida vimos el agua y nos dimos cuenta de que era la presa que había reventado. Regresamos a casa, para sacar a la hermana de mi novia y al abuelo, quien, con ochenta años, se negó a salir. En ese tiempo de discusión nos rodeó el agua y ya sí que no pudimos salir. Tuvimos mucha suerte de que la casa no se la llevara el agua", recuerda.
Fueron cinco minutos eternos, "el tiempo que tardó el puente de hierro en desatascarse, porque la arboleda lo había taponado". "Cuando el puente reventó, el agua bajó y salimos a la calle, donde ya sólo había charcos y muchos vecinos subidos al campanario de la iglesia del pueblo", relata Alfredo, quien perdió más de una docena de familiares en la tragedia, además de a sus suegros, que estaban en una casa más abajo. "Nosotros tuvimos suerte de estar una casa refugiada por rocas y fue eso lo que permitió que la riada no se llevara todo el pueblo por delante", explica.

Las siguientes horas fueron "angustiosas", como él mismo califica. "Había mucha gente que no sabía de sus familiares y no se podía empezar a buscar a nadie hasta las primeras horas de la mañana, cuando llegaron al pueblo los militares y la Guardia Civil con las barcas. Fue muy triste, porque no se sabía nada unos de otros", cuenta. Respecto a las pocas víctimas recuperadas, el alcalde de Ribadelago es comprensivo con las labores de rescate. "Estábamos en pleno invierno y en esas fechas el agua de Sanabria parece un mar, con grandes olas. Los buzos hicieron lo que pudieron. Hoy día, seguramente, se hubieran encontrado más víctimas", reconoce.
Han sido los propios vecinos del pueblo, junto a los ayuntamiento de Ribadelago y Galende, localidad de la que es pedanía, quienes, desde mediados de año, y con la ayuda de la Diputación Provincial de Zamora, se han puesto manos a la obra con la constitución de una comisión que ha detallado cada uno de los actos que, del 8 al 10 de enero, coincidiendo con el aniversario de la tragedia, se desarrollarán en la localidad.
Entre ellos, el más destacado y emotivo será la inauguración del nuevo monumento que recordará ese día, realizado por el escultor zamorano Ricardo Flecha. Se trata de una figura de bronce de más de dos metros y medio de altura y 1.500 kilos de peso, que representa a una madre arropando a su hijo asustado. "Mirando otras obras que se han hecho para conmemorar catástrofes, siempre veía figuras de tipo funerario, ángeles derramando flores o niños llorando, pero yo quería obviar todo eso", explica el artista.
"Tampoco quería hacer una relación de lo que fue la tragedia, poner a la gente ahogada o cuando estaba rescatándose. La figura que más vi en las fotos que se hicieron al día siguiente de lo ocurrido fue la de las madres con los niños arropados en su toquilla, recorriendo el pueblo en ruinas", añade.
La elección de esta imagen para conmemorar el 50 aniversario de la tragedia es para el propio Flecha "un canto a la esperanza, porque significa que el pueblo no había desaparecido totalmente, que no había sido derruido, que todavía quedaban mujeres y que, sobre todo, quedaban niños, que ahora son los mayores y que son los que han vuelto a levantar el pueblo, por lo que Ribadelago no desapareció por completo".
De esta manera, "surgió la idea de hacer un monumento no tanto a la gente fallecida, sino a los supervivientes, a los que volvieron a levantar el pueblo y consiguieron que no desapareciera", comenta Flecha, quien destaca que en su obra "aunque el niño está asustado, la madre está mirando al frente, porque hay que seguir adelante y esa es la idea principal".
Como comenta el alcalde del pueblo, "el pasado no se olvida jamás, pero es bueno recordar esto y tenerlo en cuenta, aunque no se tiene que vivir pensando siempre en ese fatal recuerdo". Y eso es lo que van a hacer los vecinos de Ribadelago a este año. Con el cañón del río Tera iluminado, para recordar por dónde llegó el agua aquel 9 de enero, rendirán homenaje a las víctimas de la mayor catástrofe de la historia de la provincia de Zamora y celebrarán con los supervivientes el poder estar, 50 años después, en uno de los pueblos más bellos de la comarca de Sanabria.


Leyenda del Lago de Sanabria

Hace muchos años, en el lugar que hoy ocupa el lago de Sanabria existía un pueblo llamado Valverde de Lucerna, rodeado de tierras fértiles y productivas, la gente del lugar era egoísta, y de actitud poco solidaria y caritativa.
La noche previa a la fiesta de San Juan, una noche lluviosa con truenos y relámpagos, una sombra se mueve lentamente en dirección al pueblo, el relámpago ilumina su vieja capa de lino, se apoya en un bastón del que cuelgan dos conchas, es alto, de barba larga y abundante cabello. Calado hasta los huesos llama a la puerta de una casa.
-¿Quien llama a estas horas?. Le contestan desde el interior
-Un peregrino que busca refugio y alimento para pasar la noche. Contesta
-¿Eres un peregrino?..Pues continua tu camino
El hombre sigue caminando y tropieza por tres veces cayendo y volviéndose a levantar, insiste en otra de las casas, negándose el inquilino a abrir su casa y darle cobijo.
En la ultima casa lo intenta de nuevo
¡Por favor dejadme entrar!
-Déjanos en paz y vete por donde has venido.
Cansado, hambriento y aterido de frío decide abandonar el pueblo, a la salida del pueblo en un altozano ve un horno de leña, donde se encontraban unas mujeres cociendo pan, les pregunta si puede entrar, a lo que ellas acceden. Una vez que se hubo secado al calor del horno, las mujeres hacen un pequeño panecillo para dárselo, lo introducen en el horno y cuando intentan sacarlo comprueban que ha crecido tanto que no pueden sacarlo por la boca del horno. Van probando con trozos cada vez mas pequeños hasta que finalmente uno sale y se lo dan al misterioso peregrino. Este dirigiéndose a las mujeres les dijo:
-Gracias por socorrerme realmente solo vosotras sois dignas de ser salvadas en este pueblo, seguir en el horno y no salgáis esta noche. Voy a castigar a este pueblo, que no se acuerda cuando están con el estomago lleno y calentándose a la lumbre de los que pasan hambre y frío.
El hombre se despide de las mujeres recordándoles que se queden en el horno, una vez que ha llegado a las afueras del pueblo pronuncia esta frase, "Aquí clavo mi bastón".
En el lugar donde clava el bastón empieza a brotar un gran caudal de agua, a las pocas horas el pueblo de Valverde de lucerna queda totalmente inundado.
Al día siguiente, el sol ilumina el valle un gran lago cubre lo que antes era el pueblo, solamente una pequeña isla en el lugar donde estaba el horno de leña sobresale del agua.

Días más tarde un vecino con la ayuda de una pareja de bueyes Redondo y Bragado intenta sacar del fondo del lago las dos campanas de la iglesia, consigue sacar una, pero la otra permanece en el fondo del lago.
El día de San Juan (24 de Junio), las personas que son caritativas y generosas, se dice que oyen el tañido de la campana que reposa en el fondo del lago.


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